Las aventuras de Perón en la Tierra
En el aniversario del natalicio de Juan Domingo Peron , no existe mejor forma de recuerdo que al evocarlos con un libro atípico y muy revelador del lado mas humano del líder del Justicialismo.
Escribir un insólito anecdotario sobre sobre Juan Domingo Perón, ilustrado con la estética del Sargent Pepper de los Beatles. Tiene el tamaño de un disco compacto, pero no lo es. Habla de Juan Domingo Perón, pero no de su doctrina. Las aventuras de Perón en la tierra (Editorial Sudamericana), ilustrado por Damián Aiello, es un compendio de muchas de las mejores historias que dejó el fundador del justicialismo.
.–¿Cómo se les ocurrió hacer un libro con anécdotas de Perón?
-Jorge Bernárdez: –Una vez, trabajando en Canal 7, el actor Carlos Santamaría nos contó una historia de cuando tenía 15 años y junto a un amigo conoció a Perón en Vicente López mientras el viejo repartía caramelos. “Están más para tomar whisky que para pedir caramelos”, les espetó. Nos pareció que debía haber muchas historias de ese tipo.
-Luciano Di Vito: –Perón es una palabra mágica, cada vez que hicimos un programa en la tele, el rating se disparó cuando hablamos de él.
–¿Por qué anécdotas?
-Luciano Di Vito: –Hay mucha bibliografía sobre Perón. Libros de estudio, ensayos, musicales, novelas, hay de todo y nosotros pensábamos que no nos daba el pinet para explicar el peronismo. Además la “anécdota” parece un género menor, pero no lo es: es divertido, entretenido y a veces de un libro sólo te queda una anécdota.
–¿Siempre pensaron en hacer un Sargent Pepper peronista?
–Damián Aiello: –Sí, vi los borradores de las historias y a medida que iban escribiendo, agregaba más personajes al dibujo. Y en vez de los cuatro Beatles pusimos a cuatro perones míticos: el militar, el de 1945, el de Puerta de Hierro y el del regreso en 1973.
–¿Qué imagen tenían de Perón antes de comenzar el libro?
Luciano Di Vito: –En mi casa Perón era el culpable de la mayoría de los males.Todos venimos de familias gorilas, aunque en mi adolescencia leí mucho sobre él y me resultaba simpático. Después, investigando, se volvió cada vez más fascinante. No queremos explicar si Perón hizo bien una cosa u otra. Veíamos una cosa que para muchos fue novedad: el exilio miserable –en el sentido económico– de Perón.
El exilio de Perón es bastante solitario. Buscamos que al personaje no lo atravesaran las decisiones que tomó, algo que finalmente le termina retumbando en el cuerpo. Cuando hablamos con sus médicos, nos dijeron que cada hecho político, como pueden haber sido sus regresos –fallidos o no–, tuvieron consecuencias en su salud.
Jorge Bernárdez: –Mi imagen familiar de Perón, el relato sobre él y su movimiento con el que crecí es el clásico de los gorilas. Con los años se atenúa aquel discurso, y después de escribir este libro llego a la conclusión de que la astucia que tenia en el manejo de lo que se conoce como movimiento peronista es lo que dejó en los Argentinos la sensación de que sólo los peronistas, para bien o para mal, entienden a esta sociedad y tienen la capacidad de ofertarle a los argentinos lo que necesitamos en los distintos momentos históricos. El día de Ezeiza y la famosa foto con Rucci y el paraguas, Perón había tenido un infarto. Eso está marcado en su historia clínica, pero en esa época fue tomado como un secreto de Estado.
–¿Les quedaron cosas afuera?
Jorge Bernárdez: –Una vez que encontramos el tono, escribimos de más. Quedaron afuera cosas que tal vez eran repetitivas. O el caso de un cafisho que estaba en Venezuela y le sacaba el 10% a las chicas para mantener a Perón en Venezuela, un militante.
–¿Desmitificaron a Perón o con el libro ayudan a agrandar el mito?
Luciano Di Vito: –A veces da la sensación de que hay un Perón para el que lo analiza y otro para el que escucha. Es decir, puede haber muchos “Perones” según el que cuente el cuento. Eso pasó con los relatos recientes en que cualquiera puede ser peronista. Las dos cosas. El propio Perón tenía una especie de mito con la fecha de nacimiento, que uno de los entrevistados se encarga de comprobar que no era el 8 de octubre de 1895 sino el 7 de octubre de 1893. ¿Sabés qué lío debe ser cambiar todos los nombres de hoteles en la Costa Atlántica?.
Un Perón de entrecasa, un Perón fuera del balcón, fuera de la vida pública, un Perón ocurrente y relajado. También aparece un Perón anciano y enfermo, rodeado de médicos y preso en cierta forma de las pasiones políticas de la época. De no haber sido presidente en 1973 pudo haber vivido más tiempo pero la situación política imponía que el asumiera el papel estelar y de esa manera pusiera en riesgo su vida.
Jorge Bernárdez: –Es una visión menos épica, más real, pero a la vez el Perón real es muy culto y de maneras militares, horarios del cuartel podríamos decir. Complementa al otro, al que cambió la historia Argentina. En nuestro blog nos dejaron un mensaje que decía “este libro lo hace más grande”. Nosotros pensábamos que lo estábamos bajando a la tierra.
En realidad descartamos explicarlo a Perón y al peronismo porqué para eso están los historiadores y los estudiosos. Entonces nos quedó el Perón más cotidiano, el que en el exilio no tiene un mango o el que recibía a todos en Puerta de Hierro.
A través de las anécdotas del libro se asoma un Perón con mucho humor. Qué otras cosas descubrieron o corroboraron del personaje?
Jorge Bernárde: Su astucia política, sus maneras criollas, su manejo de la psicología y su mirada a futuro, leer al Perón de los últimos años es encontrarse con un estadista que hablaba de ecología y de alimentos para un mundo que en esa época no pensaba tato en esas cosas.
Luciano Di Vito: Impresiona un poco la soledad aunque estuviesen Isabel y el nefasto López Rega. En lo particular me impresionó que el Perón que volvió del exilio en cuanto a ideas era muy distinto que al de los comienzos del peronismo. Es un hombre grande que sabe que va a morir.
ANÉCDOTAS
Y este libro acumula decenas de testimonios que van desde la conveniencia de tirarse pedos justo en el momento de bajar la cadena del inodoro hasta un Perón con alegría infantil a la hora de verse en filmaciones realizadas por Pino Solanas. Es más, la única crítica a Perón y el peronismo surge de un capítulo dedicado al gorilismo más rancio, en la voz caricaturizada de uno de sus representantes.
El libro es recomendable, desde la gran tapa de Demián Aiello hasta el cierre, pasando por la figuritas justicialistas o las citas peronistas, con datos revelados por primera vez sobre la sombra política de este más de medio siglo de Historia Argentina. Y aunque se proclama como un libro sobre la vída privada, sirve para entender aquellos años y cómo, pese a ser tan distintos, Perón, Menem , Kirchner y Fernandez tienen un mismo ADN político, composición genética que jamás podrían compartir con un Binner, un Alfonsín o un Altamira. Porque, pese a lo que decía Perón, y sirve de cita al comienzo del libro, peronistas no somos todos.
Un grito de Corazón
Después de un periplo sinuoso por Centroamérica y el Caribe, rodeado de espías, esquivando golpes de Estado, recibiendo esbirros con orden de asesinarlo o pagando la comida con su presencia y con fotos junto a los comensales, el general Perón detuvo su andar en Madrid. Se instaló en un edificio ubicado en el número 11 de la calle Arce. En el piso de arriba vivía otro personaje famoso que llevaba varios años repartiendo su tiempo entre su país natal y España, la actriz Ava Gardner. (…) En cuanto llegó a España, la espléndida morocha se entregó a una vida desenfrenada de fiestas multitudinarias y de romances más bien fugaces con cantaores flamencos y toreros. En 1962, la morocha desenfrenada y el ex gobernante coincidieron en el edificio de la calle Arce. No hay actas de las reuniones de consorcio pero sí hay registro y relatos orales de lo mal que se llevaban ambos.
El general Perón llegó a llamar a la policía varias veces por el bullicio que metía la actriz en su permanente jolgorio. La tremolina que armaba se daba de patadas con la vida ordenada, cuartelera incluso, que Perón llevaba. Si el general denunciaba a las autoridades el desorden que provocaban Ava Gardner y sus invitados, la actriz aseguraba que los perros del general eran absolutamente histéricos e insoportables, aunque lo que más odiaba era que, según ella, el ex dictador extrañaba sus arengas ante las masas y que por eso salía al balcón lanzando discursos a una multitud imaginaria a la que saludaba con las dos manos en alto.
Cuentan que mientras el general se quejaba de la vida fiestera de Ava, ella cada vez que lo veía asomarse al balcón salía y le gritaba: “¡Perón maricón!”
De canje
“Pasé una temporada en Puerta de Hierro y viví situaciones muy de entrecasa si se quiere”, cuenta Roberto Alifano. “Era un Perón que organizaba desde allá el peronismo de acá. Era un viejo zorro. Recuerdo como si fuera hoy una de esas reuniones. Estaban Rucci, Paladino, Antonio Cafiero, López Rega y alguna gente más. Perón, en la cabecera, manejaba la charla. De repente Cafiero sacó una lapicera hermosa y cara para anotar unas cosas y Perón lo mira y le elogia la lapicera. Cafiero le explica que la había comprado en Roma y le dice el precio del juego. Acto seguido se la ofrece y le dice que era un honor regalársela. La charla sigue y al rato es Rucci el que saca algo del bolsillo que le llama la atención al general. Era un encendedor Ronson con una dedicatoria del sindicato por los años de lucha. Y se repite la escena: Perón que le elogia el encendedor y Rucci que se lo regala. Perón se niega pero termina guardándose el encendedor en el bolsillo luego de que le prendieran un cigarrillo a pesar de que los médicos le tenían prohibido fumar. Cuando el encuentro llegaba a su fin, Cafiero le extiende la mano y Perón se la retiene un segundo mientras le dice: –¿Usted me dijo que la lapicera era de un juego, no?
El resultado fue que Cafiero le regaló, además, la birome.”
Peron y el deporte
Juan Domingo Perón se subió al helicóptero en la Quinta de Olivos. Le habían avisado que un argentino estaba por ganar el Gran Premio de Fórmula Uno en el Autódromo de Buenos Aires. Tenía que estar en los festejos como en los años en que Juan Manuel Fangio le ofrecía sus triunfos. Carlos Reutemann punteaba con comodidad. Pero cuando el General se sentó en el palco junto a Isabelita y Raúl Lastiri, el Lole se quedó sin nafta. Reutemann, igual, se subió al palco a saludar a Perón. El presidente le entregó un regalo: “Mirá, pibe, no tengo otra cosa para entregarte, es la lapicera que tengo.” Poco después, durante la firma de un acuerdo para que YPF apoye al Lole, Perón lo abrazó sonriendo: “Tome, para que no se quede sin nafta.”
El Perón hincha se parece a una construcción mitológica. Bernárdez y Di Vito sostienen que era de Boca, como lo asegura Antonio Cafiero y, según cuentan, algunas fotos. Aunque historiadores de Racing, como Fernando Paso Viola Frers, reafirman que era de la Academia, cuyo estadio –construido gracias a la gestión y los créditos blandos de su ministro de Hacienda, Ramón Cereijo– lleva el nombre del General. En realidad, también dicen, Perón no era un hombre muy interesado en el fútbol. Sin embargo, en una de las anécdotas, parece mostrar un ojo especializado y hasta cierto buen gusto. Ocurrió en Puerta de Hierro, antes de su regreso al país, durante una visita de su amigo Enrique Omar Sívori, que por entonces era técnico de la Selección Argentina. Se venía el Mundial ’74 en Alemania, y Perón analizaba a los equipos: “Fíjese en Holanda, Sívori, acuérdese de lo que le digo. Es el mejor equipo del momento. Los otros candidatos para el próximo Mundial son los alemanes, porque juegan en su país. No creo que el título salga de ahí.” También le preguntó, mientras servía café: “¿Tendremos que hacer nosotros lo mismo que los europeos? ¿Habrá que transformar a nuestros clubes en empresas? Vamos a tener que pensarlo.”
Sívori no siguió como técnico de la Argentina. Lo remplazó Vladislao Cap en épocas en las que la Selección parecía un barco a la deriva. En pleno Mundial, Perón murió. El equipo enfrentó a Alemania dos días después con un brazalete negro. “Yo tenía bronca porque estaba lejos y sabía que el pueblo sufría, por eso hablé con los muchachos para que no jugáramos el último partido”, contó René Houseman. “En mi caso –agregó el Loco–, no había manera de convencerme de que saliera a la cancha hasta que me dijeron que había que ganar para dedicarle el triunfo al General.” Los jugadores lo homenajearon con una misa en la iglesia San Lambertus. Se volvieron pronto y goleados. Los candidatos de Perón, en cambio, llegaron a la final: Alemania le ganó a Holanda.
Bernárdez, uno de los autores del libro, sostiene: “Perón era deportista y eso es lo que hace que sea tan creíble la relación de su gobierno con los deportes y los deportistas.” En su libro La patria deportista, Ariel Scher cuenta: “Corrió, hizo gimnasia en aparatos, tomó la espada, tiró, cabalgó, saltó en alto y en largo, boxeó y hasta jugó al fútbol. Se transformó en un deportista experto y resolvió que pocas cosas formaban y gratificaban tanto a un militar como el deporte.” Bernárdez agrega, en ese sentido, que las políticas de Perón generaron simpatía en ese mundo. “Está claro –dice– que en una época los deportistas eran peronistas y los tipos que no lo eran, como Ringo Bonavena, eran una rareza.”
En el boxeo, uno de los deportes preferidos del General, estaban Pascual Pérez, José Gatica y Alfredo Prada. Ricardo Primitivo González, en cambio, no era peronista. Tampoco muchos de sus compañeros campeones del Mundial de Básquet de 1950. Pero haber ganado durante el peronismo les valió el castigo de la Libertadora. También a otros 35 jugadores de básquet, al remero Eduardo Guerrero, a los atletas Osvaldo Suárez y Walter Lemos, y al campeón de bochas Roque Juárez. También hay historias de aquellos que no adhirieron al peronismo. La atleta Noemí Simonetto, cuentan, quedó relegada por no haber dedicado la medalla de plata que obtuvo en los Juegos Olímpicos de Londres 1948 por la prueba salto en largo. Dicen que Luis Elías Sojit, relator peronista, no nombraba a Eusebio Marcilla porque este se negaba a llevar consignas oficiales en sus autos.
Para terminar y fuera del libro Las aventuras de Perón en la tierra ,mi anécdota favorita (y acá corro riesgo de spoiler) es la siguiente y está tomada del libro de Juan Gasparini, David Graiver: El banquero de los Montoneros:
–A ver, López, si nos sirve un poco más de café y cuando aparezca Guerrero me lo trae…
La jarra precedió en pocos minutos al secretario general de la sección Capital de la UOM. Graiver supuso entonces que Perón lo hacía quedarse para desembarazarse pronto de los interlocutores. Las quejas de Guerrero eran otra cara de las peticiones de Miguel. El clasismo avanzaba desde el interior, sobre todo en el cordón industrial del Paraná; y el “cordobazo” se reproducía en puebladas en todos los rincones del país. La conducción de Miguel estaba demasiado identificada con un pasado de traiciones y de “peronismo sin Perón”. Se acusaba de vandoristas a sus amigos. Había que renovar, remozando la imagen para las elecciones nacionales.
El general asentía con la cabeza, en silencio. Cuando el rosario de acusaciones y alternativas para cambiar la situación culminó, Perón fue conciso:
–Vea, Guerrero, puede irse tranquilo pues cuenta con toda mi confianza. Remocemos los sindicatos para que la campaña electoral nos encuentre unidos y mancomunados.
Guerrero se percató en ese momento de que la entrevista había terminado. El general tenía otro invitado a quien atender. Satisfecho de lo conseguido, buscó el abrazo paternal, el intercambio de sonrisas y saludos, y giró sobre sus talones detrás del obsecuente López Rega que lo pondría en la calle.
Graiver, estupefacto, no salía del asombro, constataba que la realidad puede sobrepasar la alucinación. Cuando quedaron a solas, preguntó:
–Pero, general…, no entiendo… Hace un rato le dio toda la razón a Lorenzo contra Guerrero, y ahora acaba de hacer lo mismo con este… ¿No es una contradicción?
Como si llegara de un largo viaje, Perón se inclinó y apretó, condescendientemente, el brazo derecho de David. En la placidez del éxtasis señaló:
-Graiver, usted también tiene razón.
La clase de estrategia había terminado.